Cuatro formas de maternidad: una experiencia
ENVIADO POR EL EDITOR EL Lunes, 19/05/2025 - 17:26:00 PMLourdes Villafuerte García*
La familia ha sido mi tema de investigación durante casi cuatro décadas, y el interés por dedicarle mi vida académica viene de ciertas experiencias familiares que he hecho bien conocidas: formo parte de una familia grande, con muchas historias que contar; algunas explícitas, otras ocultas.
La familia es una institución que requiere de una jerarquía y de una división de los muy diversos trabajos que en ella se requieren. Una figura preponderante dentro de tal organización y abordada en abundancia por la historiografía mexicana es la madre. Yo misma me he ocupado de este concepto en diversos artículos, pero esta es la primera vez que puedo contar en extenso mi propia experiencia de maternidad.
Soy amante de los diccionarios; por ello me asomo a ellos en la entrada madre. La cuarta acepción del Diccionario de la lengua española de la RAE dice: “Mujer que ejerce de madre”. Esta definición me viene bien, pues en ella me veo reflejada.
Primera forma: madre sustituta
Formo parte de una familia grande formada por una pareja y nueve hijos. Mis padres se unieron siendo muy jóvenes y comenzaron a tener hijos muy pronto; eran los años del baby boom y del Estado de bienestar, que en México dio lugar a la fundación del Instituto Mexicano del Seguro Social, al cual tenían acceso los trabajadores y sus familias con cuidados maternos de alta calidad. Llevar a buen término un embarazo se volvió normal para las familias pobres, al menos en las ciudades. Mi madre tuvo un hijo tras otro entre 1955 y 1976 (yo nací en 1958) hasta completar nueve hijos. Los avances de la medicina hicieron posible que existieran familias numerosas; sin embargo, la crianza de tantos hijos, por más capaz y organizada que fuera la madre, era una labor casi imposible sin la ayuda solidaria de las hijas mayores, pues en la familia tradicional la tarea de cuidados era (y todavía es) una labor femenina. Ahí viví mi primera experiencia maternal.
Las niñas de mi generación recibimos, además de la escolar, la educación para ser buena madre y ama de casa, de tal manera que, a mi hermana mayor, Beatriz, y a mí nos enseñaron a realizar labores domésticas; como mi hermana era reacia a atender bebés, la tarea recayó en mí. Así, pasé de correr a ver si el bebé había despertado a cambiar pañales, luego a lavarlos y después a preparar biberón y papilla, a alimentar al bebé, a arrullarlo y cantar canciones de cuna para que durmiera. Un día me di cuenta que podía criar a un niño; así, ayudé a criar a cuatro.
Esta habilidad se puso a prueba en 1972, teniendo yo 14 años, cuando mi familia enfrentó una grave crisis: mi hermano Roberto, próximo a cumplir 12 años, enfermó de apendicitis, que se convirtió en peritonitis. Estuvo internado dos meses en el hospital del Seguro Social en estado muy grave. Mis padres dedicaban todo su tiempo a cuidar de él, pero la situción era dificil, pues mi madre había parido a su octavo hijo en febrero; mi abuela, con quien vivíamos, ya se ocupaba de cuatro niños y yo me encargué del bebé (cuyo nombre es Adrián) desde los dos a los cuatro meses de edad.
De alguna manera, estaba consciente de que mi hermano podía morir, por lo que me enfoqué en cuidar a mi hermanito asumiendo el papel de madre sustituta de tiempo completo. Durante mi tratamiento de psicoanálisis (40 años después) comprendí que, en aquellos años, yo no podía hacer nada por mi hermano enfermo, por lo cual decidí que, si él moría, el bebé tenía que sobrevivir. Finalmente, ambos sobrevivieron, uno gracias a la medicina social y el otro porque tuve éxito en mi tarea.
Segunda forma: madre de hecho
La segunda experiencia de maternidad vino a mí siendo profesora. Desde hace casi 25 años imparto un seminario-taller en la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México a alumnos de tercero y cuarto semestres. En mi grupo del año 2007, llegó una joven, cuyo nombre es Monserrat, que mostraba interés en lo que yo enseñaba. Ella estaba pasando por una depresión fuerte, motivada por la muerte de su hermano bajo circunstancias muy graves. Toda su familia estaba en proceso de duelo y las palabras de un sacerdote mal preparado habían sumido a la madre en una honda tristeza. Me manifesté contra el cura, quizá de una manera vehemente, lo que resultó en que ella se volvió muy cercana a mí.
Mi relación con Monse continuó en un plano académico, donde no estaba ausente el afecto. Ella me contaba acerca de su facilidad para platicar con las personas y su interés por la vida en la fábrica textil La Magdalena, donde había trabajado su abuelo, por lo que, de una manera intuitiva, hizo su primera entrevista; por mi parte, yo le conté lo importante que era esa metodología en la Dirección de Estudios Históricos del INAH. Desapareció un par de años, al cabo de los cuales regresó con la carrera concluida y una decisión tomada respecto de su tema de tesis, la cual requería de la metodología de la historia oral. Comenzó a trabajar con Mario Camarena y estableció una afectuosa relación con él. En una ocasión, estando presente su madre, dijo que yo era una segunda madre, cosa que me tomó por sorpresa y me preocupó, porque no quería ofender a la señora.
Nuestra relación maestra-alumna, así como la de madre-hija, continuó su curso y en diversas ocasiones tuvimos pláticas que involucraban temas muy profundos: su capacidad para realizar el trabajo de historia oral, tanto en las entrevistas como en su análisis y escritura; lo cual terminó con su recepción como doctora. En el plano personal, nos hemos contado nuestras vidas y la he acompañado en diversos episodios de su vida: el proceso para aceptar el fallecimiento de su sobrino Canek; su relación con sus padres, con su hermano mayor y con sus sobrinos; la relación con su mejor amiga; las relaciones con los novios; hasta la decisión de casarse y convertirse en madre. En el curso de este tiempo, yo misma tuve que reflexionar esta forma de maternidad.
Para mí, fue difícil asumirme como madre de hecho, concepto creado por Monse, porque suponía que la maternidad, biológica o no, era una decisión de la madre, pero no fue así en este caso, pues fue mi hija quien me eligió como madre. Generalmente, se piensa que las madres enseñan a las hijas, pero en mi caso, yo tuve que aprender y aceptar esta maternidad; Monse me ha enseñado a ser su madre, me pide que la aconseje, que la acompañe, me presentó antes que a nadie a quien ahora es su esposo, me hizo partícipe de su propia maternidad y su hijo, Mateo, a su vez, me aceptó como su abuelita. Aprendí a hablar de ella como mi hija y a integrarla en la familia, asiste a diferentes eventos familiares, fiestas, reuniones, peregrinaciones. Tenemos un vínculo muy estrecho del cual he aprendido que el concepto académico de madre de hecho es una realidad tangible que me hace muy feliz.
Tercera forma: madrastra
Mi tercera experiencia es la de ser madrastra, denominación muy desprestigiada, en razón de los antiguos cuentos que presentaban a este personaje bajo un tono siniestro; Sin embargo, mi encuentro con las hijas de Mario Camarena, mi compañero de vida, ha sido muy amable, y los últimos años he tenido una relación más cercana con María. Al principio, nuestra relación era a través de Mario; poco tiempo después de su regreso de Sisal, Yucatán, y de una estadía de trabajo en Jalisco, comenzó una cordial amistad independiente de mi compañero.
Cuando se embarazó de Julia, María me involucró al invitarme a ver su ultrasonido; me sorprendió ver en tiempo real la nueva vida que se estaba gestando, me emocionó mucho. Cuando la niña nació, yo misma me definí, de broma, como una “madre de emergencia” y abuela adjunta, que actuaría cuando fuera necesario. Si bien mi hijastra y yo hemos desarrollado una relación amistosa, también podemos cambiar a la relación madre-hija sin ningún problema. He realizado funciones de madre en ciertos momentos, sobre todo de crisis, aconsejándola, acogiéndola, acompañándola; es decir, he cumplido con mi papel de madre de emergencia.
Cuarta forma: abuela
Pensé que, al no tener hijos biológicos, nunca sería abuela, pero no resultó así. Mi experiencia como abuela ha sido muy grata. Julia y yo tenemos una relación muy estrecha; desde que era bebé me ha visto a su lado. Una de las facetas que más me satisfacen es su gusto por los libros, que fomenté regalándole libros desde bebé y leyendo en voz alta para ella. Primero eran libros de dibujos, después comenzó con historias muy sencillas (sus favoritos en esa etapa eran El león en la biblioteca y El dragón); más tarde, comenzó a pedir historias de capítulos; así ha “leído” La peor señora del mundo, Alicia en el país de las maravillas, El mago de Oz, Canción de navidad, El cascanueces, Momo, y ahora, Mujercitas.
Estuve presente cuando Julia aprendió a leer a los cinco años: una tarde estábamos jugando con una baraja de letras, cuando ella comprendió, guiada por mí, la lógica de juntar letras para formar palabras. Esa comprensión la puso eufórica; yo lo estaba mucho más, pues además de entender la fonética, también entendió que podía escribir las historias que le gustaba inventar; esa misma tarde me dictó su primer cuento titulado “Cuento del sapo”. Antes de la pandemia, la llevamos a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara donde, muy contenta, se inscribió como escritora. Ahora tiene diez años y asiste a un taller literario en línea.
Estas experiencias me han marcado. He de decir también que, después de participar en la crianza de cuatro niños, no me pareció apetecible repetir el trabajo con hijos propios; es decir, con pleno conocimiento de causa, decidí no ser madre. Sin embargo, la experiencia de la maternidad no me es ajena bajo otras formas, como madre sustituta, como madre de hecho, como madrastra y como abuela.
He llevado esta experiencia a mi investigación académica, pues la noción de “comunidad doméstica”, con la que he trabajado, no excluye los diversos acuerdos de convivencia fuera del matrimonio ni el parentesco no consanguíneo; además, he visto que la clave de la familia no es el matrimonio, sino un acuerdo de convivencia, ni la del parentesco es la consanguinidad, sino el afecto y el compromiso, lo cual he vivido con un abuelo adoptivo.
Con base en mi propia experiencia y en mi investigación, encuentro adecuado hablar de maternidades y no de maternidad, puesto que ésta tiene muchas aristas de reflexión, tanto personales como de investigación. La maternidad y las diferentes formas que puede adoptar son algo mucho más complejo de lo que creímos, por lo cual es imprescindible su estudio bajo esta óptica.
* Dirección de Estudios Históricos, INAH.