La pintura en la pared

ENVIADO POR EL EDITOR EL Martes, 30/11/-0001 - 00:00:00 AM

Luis Hernández Navarro, La pintura en la pared. Una ventana a las escuelas normales y a los normalistas rurales, México, FCE, 2023.


Ángel Chávez Mancilla*

 

“El régimen burgués, educó y educa a sus hombres en la existencia de pobres y ricos como producto de una ‘justa y divina división de los hombres’. Ya el mundo es así, dirán; toda la vida habrá ricos y pobres porque si se acaban los pobres ¿quién trabajará? Si se acaban los ricos ¿quién le pagará a los pobres?”.[1] Estas palabras del profesor José Santos Valdés, escritas en 1942, retratan la situación actual de la educación y su esencia de clase bajo el capitalismo. De hecho, los argumentos a favor de la “necesaria existencia” de los ricos y explotadores son parte del acervo ideológico de los grupos políticos que en pleno 2023 se han opuesto a la distribución de los libros de texto gratuitos.

 

¿Es posible, dentro de la sociedad capitalista, una educación con una ideología distinta a la dominante? El libro de Luis Hernández Navarro La pintura en la pared constituye un argumento a favor de un “sí”, pues señala que ello ya ocurre en las normales rurales, y como prueba describe la política y la vida de algunos de los más insignes egresados de esas escuelas, hombres que fungieron como maestros, pero también como organizadores comunitarios, dirigentes campesinos y sindicales, y —cuando los explotadores no dejaban otro camino— también como guerrilleros.

 

El nuevo libro de Luis Hernández nos presenta una galería de luchadores sociales forjados en el normalismo rural, hombres y mujeres que forman parte de lo que él llama la “estirpe de los indómitos”, aquellos que consagran su vida a transformar la sociedad, a luchar por mejores condiciones de vida para el pueblo, aquellos que anteponen el bienestar colectivo por encima del beneficio personal incluso cuando el costo es el despido, la persecución y en algunos casos la vida misma.

 

Entre los personajes que aparecen mencionados en las páginas del libro están algunos líderes conocidos, como, Arturo Gámiz y Lucio Cabañas, maestros y dirigentes campesinos que derivaron en guerrilleros; pero también figuran otros casos menos famosos, como Misael Núñez Acosta, formado en la Normal Rural de El Mexe, Hidalgo, y luego en Tenería, Estado de México, quien fue dirigente sindical del magisterio, pero también organizador de la clase obrera en el corredor industrial de Ecatepec y las colonias populares aledañas. Otro personaje del que se habla en el libro es Proceso Díaz Ruiz, egresado de la Normal Rural de El Mexe, imparable luchador contra el “charrismo” sindical de Manuel Sánchez Vite, Carlos Jonguitud Barrios y Elba Esther Gordillo. También se esboza la vida de Ezequiel Reyes Carrillo, que, luego de estudiar en la Normal de Tenería, fue llevado en su labor docente a Veracruz y Michoacán, y al final al Estado de México, donde ayudó a la organización obrera y la disidencia magisterial. Otro personaje tratado en el libro es Aristarco Aquino, quien, además de ser maestro, aportó a la organización de las comunidades indígenas en Oaxaca y propuso el comunalismo como proyecto de organización social.

 

Al mismo tiempo que describe las condiciones de vida y el proceso de concientización que vivieron dichos personajes, el libro hace un recorrido por la historia del normalismo rural, refiriendo episodios que exponen la esencia de este proyecto educativo desde el nacimiento de las normales rurales hasta el siglo XXI. Por ejemplo, se retrata la visita de Lázaro Cárdenas a una comunidad campesina donde el pueblo le pidió al “Tata” que les enviara maestros que se adaptaran a las condiciones de pobreza que se vivían en el campo, pues los maestros de ciudad abandonban el trabajo. Otro episodio es el del cierre de más de la mitad de las normales rurales, acto perpetrado por Gustavo Díaz Ordaz como escarmiento contra los normalistas por haber participado en el movimiento estudiantil de 1968. Respecto a la historia del tiempo presente, el libro contiene múltiples referencias a la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, en 2014 y al movimiento social que esto suscitó.

 

En la revisión de la historia de las normales también se abordan otros temas, como el de género y el arte. De hecho, el libro contiene un capítulo dedicado a las mujeres ligadas a la escuela rural mexicana, titulado “La mitad del cielo”. Ahí habla de las maestras que impartieron la educación socialista en los años treinta del siglo XX y que por tal motivo fueron vejadas; pero también se refiere a la represión que han padecido en años recientes las normalistas rurales de Teteles, Puebla. Respecto a la cuestión artística, esboza la labor de José Hernández Delgadillo, pintor y militante cuyas obras se han expuesto no sólo en galerías de importancia mundial, sino también en los muros de distintas normales rurales y otras escuelas. La enseñanza que nos deja es que una obra como la de este artista está vinculada, necesariamente, con una concepción política de emancipación del pueblo.

 

Aunque destacan algunas personalidades del movimiento social que fueron normalistas rurales, el verdadero sujeto de la historia que nos presenta Luis Hernández Navarro es el normalismo rural. En este sentido, los hombres y mujeres que aparecen en las páginas del libro son la comprobación de que en las normales rurales se recibe una educación con valores distintos. No hay fanatismo en el reconocimiento que el autor hace de sus personajes, pues al explicar sus condiciones de vida, su trayectoria política y su participación social, se reitera que su proceso de concientización política siguió una serie lógica de pasos en la cual la educación rural fue solamente el punto clave, pues entonces aprendieron sobre marxismo y valores distintos a los que exalta el capitalismo: la fraternidad, la honestidad, la justicia, además de un pensamiento, crítico, analítico y reflexivo.

 

El autor no se conforma con presentarle al lector ejemplos de los más brillantes hijos del normalismo rural; además ofrece una explicación del contexto político de la posrevolución en que nació el normalismo rural y destaca que el alma de esta institución es la Escuela Rural Mexicana. Al hablar de esa propuesta educativa exhuma el recuerdo de los maestros Raúl Isidro Burgos, nombre que lleva la normal de Ayotzinapa, y José Santos Valdés, quien en 1935 redactó el manifiesto que dio origen a la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México; pero también reconoce la contribución de José Vasconcelos, el primer responsable de la Secretaría de Educación Pública, y de otros que hicieron posible la educación socialista, como Lázaro Cárdenas y Narciso Bassols.

 

No obstante, al explicar el surgimiento y desarrollo de la escuela rural mexicana, Luis Hernández Navarro nuevamente apela a la máxima que propone: “La historia la hacen los pueblos”, lo que le lleva a concluir que el proyecto de escuela en que se sustenta el normalismo rural “fue obra de los docentes, sobre todo del pueblo” (p. 20) y que el normalismo rural de hoy es resultado de las hazañas pedagógicas del magisterio.

 

Así pues, este libro es más que una historia del normalismo rural, es una ventana a la lucha social del pueblo mexicano que engendró hace un siglo las normales rurales. El juicio definitivo del autor sobre estas escuelas es positivo: “Lejos de ser un lastre del pasado, las normales rurales son una necesidad para otro futuro” (p. 65). 

 

* Escuela Nacional de Antropología e Historia.
[1] José Santos Valdés, “Democracia y disciplina escolar”, José Santos Valdés, Obras completas, vol. 1, México, Educadores Democráticos de San Marcos, 1982, p. 90.