Historia del istmo de Tehuantepec, un libro emérito
ENVIADO POR EL EDITOR EL Martes, 30/11/-0001 - 00:00:00 AMLeticia Reina Aoyama, Historia del istmo de Tehuantepec. Dinámica del cambio sociocultural, siglo XIX, México, INAH, 2013.

Rebeca Monroy Nasr*
La importancia que reviste Oaxaca en nuestro país es innegable. Cada vez que vemos un cuadro, un grabado o una escultura de Sergio Hernández, un retrato de Rodolfo Morales, un dibujo de Laura Hernández o los maravillosos murales o cuadros de caballete de Rufino Tamayo; las fotos, la cerámica, la pintura o los grabados de Francisco Toledo (o los papalotes que dedicó a los 43 normalistas de Ayotzinapa), con cada pieza nos damos cuenta de que es un estado muy vivo y de cultura en ebullición.
La investigadora Leticia Reina Aoyama, en un trabajo de largo aliento, se atrevió a penetrar en el alma del istmo de Tehuantepec, estudiando la vida de allí desde diferentes perspectivas: demográfica, económica, política, del entorno cultural e incluso de las peculiaridades de la vestimenta. Asoma su mirada desde el siglo XIX y con ello abarca una buena parte de lo que llegaría hasta el siguiente, en ese lugar que parece resumir la situación oaxaqueña y añadir algo más por su calidad de paso interoceánico.
La autora analiza los fuertes intereses económicos externos que obligaron a sus habitantes a erigir su identidad local como una muralla contra cualquier enemigo que intentase fracturarla. Nacidos en un punto de encuentro internacional que universalizaría a cualquiera, fue más fácil que ellos zapotequizaran a los extranjeros. Decía Carlos Monsiváis de Juchitán: “Si las transformaciones son implacables, también lo es la idea de una comunidad memoriosa y autosuficiente, que persiste en su habla zapoteca, en sus costumbres, en su matriarcado genuino o escénico, en su vivísima memoria que unifica y despliega, como recién acontecidos, los acontecimientos y las mitologías” (Foto Estudio Jiménez).
Es posible que por eso tantos fotógrafos viajeros llegaran hasta ahí: Frederick Starr, con su mirada occidentalizante sobre los indios, y Tina Modotti, cuya lente no se resistió a niños y mujeres, una embarazada cargando a su bebé y otras lavando en el río, o caminando erguidas con su característico orgullo; Manuel Álvarez Bravo retrató a la tehuana Baudelia, que fue portada de la revista Todo en 1934; Sotero Constantino, que ahí puso su estudio fotográfico en los años cuarenta del siglo pasado; Graciela Iturbide y Flor Garduño, quien creó una espectacular composición de ritmos oblicuos desde un ángulo de contrapicada, cuyas fotografías con iguanas son famosas y premiadas...
Leticia Reina se propuso trabajar de manera sistemática la “historia regional”, y lo pongo entre comillas porque ella dialoga con los más destacados estudiosos (González y González, Martínez Assad) y cuestiona las certezas alcanzadas por esa teoría, porque justamente se evidencia la posibilidad que ofrece la investigación profunda de retroalimentarse con los pares y realizar definiciones propias.
Sumamente atractivo es que rescata los datos duros del archivo histórico que se encuentra en la ciudad de Oaxaca, porque el archivo local se perdió en un incendio. Auxiliada por la hemerografía, fotografías, música y otras fuentes de primera mano, logra desdoblar esa historia. Experta en historiografía, pero también en métodos y conceptos del siglo XIX, obtuvo información suficiente para lograr una obra de gran profundidad. Por ejemplo, se vale de la demografía histórica para proponer una caracterización del dinamismo poblacional istmeño. Echa mano de la economía regional para criticar las formas de “progreso y modernidad”, desglosando los conceptos para poder desentrañar las formas de trabajo autónomas que existieron en la región. Estudia, además, cómo los grupos indígenas sobrellevaron por siglos las sequías y hambrunas, y cómo incluso consiguieron volverse productores importantes en otras áreas, como la exportación de maderas preciosas, vajillas, telas, encajes, licores y grana cochinilla.
La autora también revisa de manera integral la migración que hubo en esa zona. Para ello, arrebató al tiempo sus estadísticas, sus números, y buscó información demográfica, ecológica, comercial en los archivos. Además, entreteje el discurso con la política nacional e internacional al mostrar cómo repercutieron en la región los intereses creados por el ferrocarril interoceánico.
La autora acota su estudio a dos zonas, la de Tehuantepec y la de Juchitán, pero también emplazará su mirada en los zapotecas, por ser el grupo hegemónico regional. La antropología histórica es de este modo una herramienta más para comprender las formas de vida en la región.
Ineludibles e inevitables son las juchitecas y las tehuanas. ¡Cómo no buscar respuestas entre esas faldas y faldones, entre las trenzas y los aretes, los dijes que no existen en otro lugar! La investigadora profundiza: borda que te borda... Mediante los estudios de género, revela que se ganaron el respeto de sus maridos, de sus hijos y de los otros habitantes de la zona. Un matriarcado creado por la fuerza de su comercio y de su carácter, en una relación ni de competencia ni de deslealtad con los hombres, sino de colaboración, verdaderas “parejas”.
Al arribar al análisis de la identidad y cultura, la investigadora se dedica a comprender cómo las influencias de las juchitecas avanzan sobre la cultura material, pero también sobre la cultura política. Revisa desde la mirada de la historia cultural algunos de los misterios de los holanes a la cabeza de las tehuanas, con pequeñas mangas: pero también la elegancia y galanura de los magistrales trajes juchitecos, huipiles con un corte recto forjado con cadenitas, de texturas de jaguares, sobre terciopelos o algodones. También están las faldas, “rabonas” o enaguas, que en zapoteco se llaman bisu’di o buzudi, aunadas a los enredos de diversos colores que usaban, sobre todo, las mujeres huaves. Se explaya hablando de su vestimenta, de sus largas y hermosas trenzas, de los adornos de oro en el pecho y orejas de las juchitecas —a decir de la autora, provienen del dólar—, características de un grupo que incluso han sido exportadas hasta nosotros: desde Frida Kahlo, luego María Izquierdo, y luego Susana Harp, Lila Downs, María Reyna.
Leticia Reina profundizó y cosió y bordó todo cuanto pudo, anudó con cuidado, en la gran medida en que su dedicación y su tenacidad se lo impusieron. Éste es, para mí, un libro magistral, hecho “a mano”, con el amor y el profesionalismo que sabe dar a sus trabajos una investigadora de tejido fino, grácil y profundo, como ella lo hace. Esta obra amplia y ambiciosa con una factura de gran calado constituye un libro emérito, pues tal es el título que ostenta Leticia Reina actualmente en el INAH. Gracias a su entrega y a su profesionalismo hoy contamos con esta Historia del istmo de Tehuantepec, especie de tributo a aquella región publicada precisamente en estos tiempos en que tanto requerimos de obras de gran factura e investigación seria.
* Dirección de Estudios Históricos, INAH.